lunes, 12 de septiembre de 2016

Lecturas del día, lunes, 12 de septiembre. Poema "Confiar" de Antonia Pozzi. Breve comentario


Primera lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (11,17-26.33):

Al recomendaros esto, no puedo aprobar que vuestras reuniones causen más daño que provecho. En primer lugar, he oído que cuando se reúne vuestra Iglesia os dividís en bandos; y en parte lo creo, porque hasta partidos tiene que haber entre vosotros, para que se vea quiénes resisten a la prueba. Así, cuando os reunís en comunidad, os resulta imposible comer la cena del Señor, pues cada uno se adelanta a comerse su propia cena y, mientras uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿No tenéis casas donde comer y beber? ¿O tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a los pobres? ¿Qué queréis que os diga? ¿Que os apruebe? En esto no os apruebo. Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva. Así que, hermanos míos, cuando os reunís para comer, esperaos unos a otros.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 39,7-8a.8b-9.10.17

R/.
Proclamad la muerte del Señor,
hasta que vuelva


Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.

«Como está escrito en mi libro
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.

Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
digan siempre: «Grande es el Señor»
los que desean tu salvación. R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,1-10):

En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaún. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: «Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga.»
Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; y a mi criado: "Haz esto", y lo hace.»
Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe.» Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

Palabra del Señor

Poema:
Confiar de Antonia Pozzi

Tanta fe tengo en ti. Me parece
que sabré aguardar tu voz
en silencio, por siglos
de oscuridad.

Sabes todos los secretos,
como el sol:
podrías hacer que florezcan
los geranios y el azahar silvestre
en el fondo de las canteras de piedra,
de las prisiones legendarias.

Tanta fe tengo en ti. Estoy quieta
como el árabe envuelto
en su albornoz blanco,
que escucha a Dios madurar
en torno a su casa la cebada.

Breve comentario

El pasaje de la curación del criado del centurión es impresionante. No es extraño que impresionante también le resultara la fe de este militar romano al Señor. Aunque Lucas nos "hurta" el diálogo directo entre el oficial y Jesús que recoge Mateo, lo cierto es que no se pierde nada de la intensidad de este episodio. El centurión sabe que, aunque el Mesías es un judío, parte, pues, de un pueblo sometido (y no de los más prestigiosos a ojos de Roma), no puede negar la evidencia de que alguien con el poder de curar es de una dignidad muy superior no sólo a la suya, sino a la de cualquier ser humano que la posea por razones más mundanas. No se siente digno de que el Señor entre a su casa por esa sana humildad que el militar reconoce ante la verdadera grandeza. Pero también por su condición de militar sabe que no es preciso que quien posee autoridad deba estar presente para ejercerla: cuando ordena, se le obedece.

La fe más profunda siempre se expresa de la forma más sencilla; la verdad siempre aparece con toda su fuerza en las actitudes más simples por más puras. La humildad de este militar romano es tan maravillosamente simple como profunda. Ante la verdad, las realidades terrenas mundanas pasan a un segundo plano de inmediato. El centurión, visto desde la dimensión concreta de su situación social, tenía todas las razones para despreciar a un artesano judío insignificante. Sin embargo, lo que le humaniza es el afecto que le unía a un buen servidor al que estaba a punto de perder por una enfermedad. Como buen militar, cuida y aprecia a sus soldados y subordinados. Y este sano afecto viril entre hombres que saben cumplir con su deber, le abre a la verdad de Dios. Y es entonces cuando se da cuenta de la enorme dignidad de Dios, y de su insignificancia como oficial del Imperio romano.

Así, Cristo accedió con sumo placer tanto a su petición como a su modo de llevarla a cabo, no entrando en su casa, aunque ya iba en camino hacia ella. Estoy seguro de que el Señor se quedó con ganas de visitarlo, pues como hombre que también era, le gustaba estar con personas que supieran apreciarlo. El centurión también supo reconocer en el Señor al Mesías, al Hijo del Dios vivo.  

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